martes, 7 de octubre de 2008

Reflexión II - La degradación del espacio público y las relaciones ciudadanas

Viñeta realizada por Francesco Tonucci y publicada en su libro “Cuando los niños dicen ¡Basta!”

Ya se explicó someramente la responsabilidad del “automóvil” en la degradación del espacio público y las relaciones entre ciudadanos. Pero además vamos a tomar otro punto de análisis que entendemos refleja un déficit desde la orbita educativa y que contribuye como una de las principales variables a la configuración de la coyuntura socio-política.

La educación en general sufrió el ajuste que le impuso, entre otros, la última dictadura militar. Ese modelo de país y por ende también educativo tuvo entre sus características sobresalientes la negación del “pensamiento crítico” y los “derechos sociales”. Esto es importante considerarlo en el desarrollo de un razonamiento contextual en que se estructuran problemáticas sociales como la del tránsito y los accidentes viales.

Se mencionó como nació la educación vial en nuestro país. Faltó añadir que creció al amparo de modelos como el español, algo de otros países europeos y americanos, donde se los apropió a modo de “recetas” sin ser cuestionado pertinentemente hasta hace muy poco tiempo, cuando por ejemplo, educadores como Isabelino Siede, Mariela Herman y Guillermo Micó proponen “educar al transeúnte”.

Este enfoque pone en el centro al sujeto (en este caso, a los alumnos) y no a “las vías” o “los caminos” que son elementos inertes y obviamente tampoco al automóvil. La propuesta es formar al ciudadano que transita, cualquiera sea el medio la forma que utilice para desplazarse, favoreciendo el desarrollo del pensamiento estratégico y la responsabilidad social vinculada al tránsito.

“La educación vial tradicional –expresa Siede- se inscribe en una tradición moralizante, asumiendo como objetivo preponderante difundir las principales normas de tránsito y promover su respeto. Así es como los paquetes didácticos y los materiales impresos especialmente para la educación vial abundan en réplicas de la señalización de tránsito, que es la expresión gráfica de la normativa vigente. De este modo, se realiza una presentación ostensiva de las normas, mediante propuestas repetitivas y mecánicas que no permiten analizar si esas son las únicas o las mejores normas posibles o si hay otros factores que están presentes en el tránsito. Difícilmente pueda conciliarse esta educación vial con la aspiración de contribuir a la autonomía de los alumnos desde la revisión crítica y creativa de las normas y los valores sociales”.

Esta enseñanza inductiva de conductas puntuales –se debe caminar lejos del cordón, por ejemplo- estuvo orientada básicamente hacia las obligaciones que todos tenemos para circular, de acuerdo al rol que desempeñamos en la vía pública. Se nos enseñó como debemos transitar por la vereda (“acera”), aunque en muchos casos no tengamos veredas o las mismas estén tan rotas que nos obliguen a transitar por la calzada. Pero no se nos enseñó el derecho que tenemos como peatón (como ciudadanos que somos) a tener veredas con condiciones de seguridad adecuadas para un tránsito sin riesgo.
Los medios reflejan las necesidades de los usuarios más vulnerables y también de los que menos tienen. Recortes obtenidos del diario El Día y el diario Clarín.

“Como todo derecho –señala Isabelino Siede- su regulación demarca responsabilidades: el derecho de cada ciudadano a transitar implica el deber del Estado de permitir, posibilitar y garantizar el pleno ejercicio de ese derecho y, a su vez, la responsabilidad de cada ciudadano es ejercer el derecho propio respetando el de los demás.”

Se mencionó un ejemplo, pero hay muchos, donde se percibe que se favoreció y en general se sigue favoreciendo educar sobre la base de las obligaciones de los ciudadanos (alumnos) por una necesidad de “inducir al respeto de las normas” excluyendo la enseñanza de los derechos sociales que tienen. De hacerlo dejaría en evidencia la ausencia del Estado en la formulación de políticas públicas orientadas tanto a dar respuesta a las necesidades de un sector de la comunidad, en este caso del más vulnerable, como a garantizar el ejercicio del derecho de todos a una circulación digna y segura.

En muchísimos casos existen políticas públicas destinadas a pavimentar cuanta calle se pueda, pero no existen “políticas para las veredas”. Lo primero tiene la recompensa del voto, lo segundo pasa desapercibido. Aquí se mezcla lo expresado en la primera reflexión, el modelo mental del automóvil, y lo señalado hasta aquí en cuanto a los derechos que tenemos como ciudadanos, en este caso peatones. Todo en su conjunto representa un problema educativo y cultural.

¿Qué y cómo enseñar educación vial, cuando el contraste entre lo teórico y la realidad es tan grande? Es una buena pregunta para empezar.

Resulta interesante para tener en cuenta en este análisis lo observado en un documento elaborado en el 2004 por el Consejo del Plan Urbano Ambiental del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que al hacer mención de los beneficios de la peatonalidad, expresa: “Trasladarse a pie es un modo único de promover la igualdad y reducir la exclusión social. Caminando es posible acceder de manera gratuita a todas partes y el status financiero no segrega ni limita esta oportunidad. Facilitar ambientes caminables promueve la integración de grupos, particularmente de los sectores más pobres y de aquellos imposibilitados de manejar por distintas causas. El peatón comparte tiempo y espacio con otros vecinos, comerciantes y demás actores barriales. Esto incrementa la confianza y promueve la conformación de distinto tipo de vínculos. También se revitalizan los centros de los barrios, ya que más cantidad de personas pueden acercarse caminando sin complicaciones, hacia las atracciones que este les brinda.”

Caminar tiene muchos beneficios desde lo individual y también desde lo social, sin embargo quienes lo hacen constituyen el grupo de usuarios del tránsito más vulnerables. Y dentro de este grupo que transita por la vereda, tenemos a su vez a los niños, los ancianos y los discapacitados a los que poco se tienen en cuenta. También transitan las madres con sus bebés en los cochecitos, los pobres…

Al referirse a ellos, la Organización Mundial de la Salud dice “se benefician menos de las políticas concebidas para los desplazamientos en vehículos de motor, y además recae en ellos una proporción desmedida de los inconvenientes del transporte motorizado en cuanto a lesiones, contaminación y separación de las comunidades”. Por eso señala que el tránsito, planteado en este contexto, es un “signo de inequidad social”.

También Isabelino Siede describe al tránsito como un signo de “desigualdad social, que se observa tanto en el acceso a los medios de transporte como en la segmentación de las redes que determinan las condiciones de circulación de los grupos sociales.” Y agrega “La movilidad es una necesidad y un derecho de todos los vecinos, ya que contar con medios de transporte adecuados es parte de la calidad de vida, cualquiera sea el entorno donde habite cada uno”.

Isabelino Siede describe al tránsito como un signo de “desigualdad social, que se observa tanto en el acceso a los medios de transporte como en la segmentación de las redes que determinan las condiciones de circulación de los grupos sociales.”

El transporte reviste una importancia fundamental tanto para la vida individual como también de las comunidades. Según un informe de la ONG Salvemos al Tren y la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), 601 pueblos de nuestro país comenzaron a desaparecer como consecuencia del cierre de vías férreas, proceso que empezó en la década del ’90.

Un vecino de la localidad de Bavio –provincia de Buenos Aires- señalaba en un artículo del Diario Hoy de La Plata: “El tren es una necesidad para todos. No sólo para generar empleo, sino para cuestiones básicas como asegurar la educación de nuestros hijos. Con su paso, nuestro pueblo, y muchos otros, volverían a nacer. Este servicio es fundamental para crecer y producir”.

En este sentido, Isabelino Siede destaca que “posibilitar y garantizar un tránsito de calidad en condiciones de equidad es responsabilidad del Estado, quien tiene el deber de regular el ejercicio de estos derechos, pues tal es el origen y el sentido de las normas jurídicas sobre circulación, tránsito y transporte”.

Todos los habitantes de este suelo son iguales ante la ley (art.16 de la Constitución Nacional). Sin embargo, en el tema movilidad, no todos los habitantes tienen garantizados las mismas oportunidades. Unos tienen acceso a mejores trabajos, atención de salud, estudios, etc. porque pueden trasladarse en vehículos particulares o públicos (cuando estos son rentables) mientras que a otros, les es más difícil o directamente muchos no lo pueden hacer. Unos viajan muy seguros y con confort y otros, los que puedan llegar hacerlo, lo hacen en forma precaria con todo tipo de inconvenientes y en ocasiones hasta arriesgando la vida. Por ejemplo, pasajeros que han sido asaltados en el tren y arrojados al exterior, trabajadores que circulaban en bicicleta por la noche y han sido atropellados o fueron víctima de un asalto con armas de fuego, etc.

Marcando las diferencias entre unos y otros, - Francesco Tonucci- describe a la calle, en referencia a las grandes urbes, como: “…, símbolo de degradación económica y moral es el lugar de la máxima contaminación atmosférica, del ruido, del peligro representado por el tránsito; es el lugar de los robos, los arrebatos, los asesinatos; es el lugar de los drogados, los vagabundos, los gitanos, los mendigos… La calle es enemiga, y debe ser eliminada, aislada, abandonada. El ciudadano de bien se cierra en su casa, toma garantías en relación al exterior y recorre la calle sólo en la seguridad de su auto y, si tiene un perro, la utiliza como lugar donde debe llevarlo para que satisfaga sus necesidades. Paralelamente, las personas que están obligadas a vivir en la calle ven empeorar sus condiciones y se alejan progresivamente de los que viven encerrados en sus casas. Por un lado, los niños recluidos solos y confiados a la televisión, por otro los niños de la calle, que juegan entre inmundicias, se vuelven salvajes, agresivos y peligrosos para asegurarse lo necesario a su subsistencia. Los reclusos de las casas empiezan a temer a los habitantes de las calles…”

Habría que agregar la proliferación de los “barrios privados” como los espacios donde se restaura la calidad de vida y se la protege con fronteras que la custodian de la otra “sociedad”. Aquí las reglas son claras y todos las respetan… del otro lado todo es confuso y no se respeta casi nada.

También estos son temas que merecen una reflexión más profunda, por todas las variables que la comprenden. Sin embargo lo descripto alcanza, para dejar abierta la discusión sobre la necesidad de pensar el espacio público también desde otro lugar. Aquel que tenga en cuenta que la inequidad social planteada desde la movilidad social, también es un agente contaminante del “ambiente” porque contribuye a su degradación, al incremento constante de conflictos y violencia, a la exclusión… en definitiva, a la perdida de calidad de vida de una sociedad, y quizás también, coloque en riesgo su supervivencia como tal.

“La circulación –explica Isabelino Siede- reúne derechos y responsabilidades de diferentes sectores, que se traducen en conflictos no siempre fáciles de resolver. En un contexto de crisis de lo público, adquiere relevancia el aporte de la escuela al análisis de cuestiones vinculadas con el espacio público, con su uso y su regulación. La escuela puede y debe preparar a los estudiantes para circular por la ciudad con conciencia de los derechos y responsabilidades que le competen a cada ciudadano; debe prepararlos para participar de los debates que se susciten acerca de las modalidades y las regulaciones de circulación; debe prepararlos para que asuman una actitud de participación crítica y creativa en la resolución de los conflictos que atañen al espacio público en sus aspectos territoriales.”

Es indudable que la educación vial no puede ni debe ser pensada fuera de la educación para la ciudadanía, por todo su contenido social.

En este sentido su enseñanza debe estimular el conocimiento y cumplimiento de las obligaciones, pero también y fundamentalmente propender a fortalecer el conocimiento y la demanda de los derechos que todos tenemos como ciudadanos. Para ello se necesita de un contexto que favorecezca el pensamiento crítico y no la simple obediencia a la norma o la autoridad. Lo cual, entre otras cosas, permitiría resignificar la noción de Estado.

Todas estas ideas son una aproximación, una invitación a pensar en profundidad la problemática del tránsito que es mucho más que la síntesis de un accidente vial, es quizás el desafío de tener que recuperar el espacio público, que es un órgano vital para una sociedad.

Autor: Oscar A. Rossi - Periodista e Instructor especializado en temas de Seguridad y Educación Vial

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